La Oveja Roja

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Fragmento de Entre la cantera y el jardín, de Jorge Riechmann

¿Seguiremos mirando hacia otro lado? 1

Jorge Riechmann

 

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En septiembre de 2008, el hielo ártico ocupa apenas la mitad de la superficie que en septiembre de 198019. Se trata del segundo peor registro del que se tiene noticia desde que se mide ese fenómeno de deshielo estival (sólo 2007 fue un año peor) 2 . Y los habitantes de las grandes ciudades europeas que comenzamos a sentir fresco por las mañanas y las tardes, que nos vamos adaptando al otoño entrante y nos preguntamos dentro de cuántas semanas habrá que empezar a poner la calefacción, ¿habríamos de inquietarnos por esas nuevas sobre el verano polar? ¿Tendrán razón los agoreros que insisten en considerar el deshielo estival de esa región tan lejana como un «canario dentro de la mina», según reza la expresión inglesa?
Lo cierto es que septiembre nos ha puesto sobre la mesa una noticia todavía peor. El buque científico ruso «Jacob Smirnitsyi» ha informado de que millones de toneladas de metano están escapando a la atmósfera desde los fondos marinos del Ártico 3 . Si se confirma, querrá decir que
se están fundiendo las capas de permafrost que impedían escapar al metano de los depósitos submarinos formados antes de la última glaciación. El metano es un gas de «efecto invernadero» 25 veces más potente que el dióxido de carbono, por lo que su liberación provocaría un intenso efecto de realimentación, acelerando el calentamiento.
Los científicos han identificado numerosos bucles de realimentación positiva susceptibles de acelerar el calentamiento (la liberación del metano sólo es uno de ellos) 4 . Superado cierto umbral, el calentamiento gradual podría disparar varios de estos mecanismos, lo que conduciría a un cambio rápido, incontrolable y seguramente catastrófico. Tenemos todas las razones para temer estarnos
acercando a ese punto sin retorno... Cómo no sentir inquietud al releer la advertencia del cosmólogo y astrónomo Martin Rees: «Tal vez no sea hipérbole absurda, ni siquiera exageración, afirmar que el punto más crucial en el espacio y en el tiempo (aparte del propio big bang) sea aquí y ahora. Creo que la probabilidad de que nuestra actual civilización sobreviva hasta el final del presente siglo no pasa del 50%. Nuestras decisiones y acciones pueden asegurar el futuro perpetuo de la vida (...). Pero, por el contrario, ya sea por intención perversa o por desventura, la tecnología del siglo xxi podría hacer peligrar el potencial de la vida» 5 .

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La crisis socio-ecológica mundial, cuya manifestación más visible y peligrosa a corto plazo es el calentamiento global, amenaza el futuro de la civilización humana. Dennis Meadows, uno de los autores principales del ya clásico informe al Club de Roma Los límites del crecimiento (1972) 6 , fue entrevistado en La Vanguardia el 30 de mayo de 2006. El viejo sabio lanzaba otra vez la alarma:
«Dentro de cincuenta años, la población mundial será inferior a la actual. Seguro. [Las causas serán] un declive del petróleo que comenzará en esta década, cambios climáticos... Descenderán los niveles de vida, y un tercio de la población mundial no podrá soportarlo».
Detengámonos en la enormidad que acabamos de leer. Las perspectivas hoy son de colapso social generalizado 7 , lo que Meadows evoca explícitamente en su entrevista: «El crecimiento económico tiene un límite. Los actuales síntomas de cambio climático son una señal con la que no contábamos hace 34 años [al publicarse The Limits of Growth]. ¿El límite? El colapso. A mayor crecimiento, mayor posibilidad de colapso». Por tanto: la previsión racional que hoy podemos hacer es que, de seguir la senda emprendida (el business as usual que dicen los anglosajones), podemos sufrir un colapso que se lleve por delante a un tercio de la población mundial —¡o incluso más!— en unos pocos decenios. Y no son Doomsday prophets ni verdes apocalípticos quienes avisan de esto, sino científicos bien informados 8 .
En estos días de septiembre de 2008, la debacle financiera en Wall Street es uno de esos acontecimientos que deberían ilustrar incluso a los más reticentes sobre la clase de sistema socioeconómico donde realmente viven. Evidencia el rotundo fracaso histórico del capitalismo neoliberal. Pero más allá de esto, el cambio climático —o más en general la crisis ecológico-social— evidencia el fracaso histórico del capitalismo tout court.

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Es otra enormidad la que acabo de escribir: «fracaso histórico del capitalismo». Pero si es así ¿dónde están los movimientos sociales críticos que a lo largo de esta historia desafiaron la estructuración capitalista de la sociedad? Más o menos entre 1848 y 1948 —valgan estas dos fechas clave para fijar ideas—, estos movimientos, entre los que por supuesto descollaba el movimiento obrero, trataron de disputar la dirección de la sociedad al poder del capital. Pero en la segunda mitad del siglo xx —tras la derrota de la revolución en Centroeuropa en 1918-21, y tras el final de la segunda guerra mundial y el comienzo de la Guerra Fría—, en términos generales el movimiento obrero occidental renunció a plantear la «cuestión del sistema»: se aceptó la dirección del capital sobre el conjunto de la sociedad 9 . Se aceptó esa concepción del progreso, el crecimiento económico y la riqueza cuyas desastrosas consecuencias hoy se muestran con claridad a todo aquel que no quiera cerrar
los ojos 10 .
Pero hoy, si las perspectivas son de colapso, ¿puede el movimiento obrero seguir aceptando la dirección del capital sobre el conjunto de la sociedad? Si lo que racionalmente cabe prever son catástrofes que se lleven por delante a un tercio de la población mundial, o más, ¿cabe seguir adelante sin cuestionar las bases del modelo económico, la estructura de propiedad, la lógica de la acumulación de capital? ¿Pueden hurtarse estos sindicatos nuestros —a menudo demasiado acomodaticios— a la responsabilidad a que los convocaba Pierre Bourdieu poco antes de su muerte: construir —junto con los demás movimientos sociales críticos— un verdadero movimiento social europeo capaz de rupturas radicales con el insostenible presente? 11 ¿Acaso no estamos, definitivamente, en otra fase que la que podía justificar alguna clase de «compromiso histórico» entre trabajo y capital?

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El límite para el «cambio climático peligroso» se sitúa en unos 2ºC (con respecto a los niveles preindustriales). La diferencia entre el promedio de temperaturas en el último milenio, y la edad del hielo que finalizó hace unos 12.000 años, es sólo de 3ºC. El tiempo está corriendo rápidamente en contra nuestra (y más si tenemos en cuenta la considerable inercia del sistema climático y de los
sistemas socioeconómicos humanos). Para descarbonizar nuestra economías y así comenzar a «hacer las paces con la naturaleza», hay que adaptar los procesos productivos en la tecnosfera a las condiciones de nuestra vulnerable biosfera, de tal modo que estos procesos lleguen también a ser cíclicos o cuasi-cíclicos; y poner en marcha la transición hacia un sistema energético basado en la explotación directa o indirecta de la luz solar, fuente en última instancia de toda la energía disponible en la Tierra; así como limitar el tamaño de los sistemas socioeconómicos humanos con enérgicas medidas de autocontención 12 .
Incluso los editoriales de prensa en el centro del Imperio del Norte lo dicen ya con toda claridad: «Debemos cambiar radicalmente nuestra forma de vivir y trabajar, con la certeza de que es la única oportunidad de poner coto a un cambio radical en la naturaleza» 13 . Llevamos un retraso de decenios en la acción eficaz para contrarrestar la crisis socioecológica planetaria (a veces designada con el eufemismo de «cambio global»). La creación del Programa Mundial sobre el Clima, y la publicación de Los límites del crecimiento —el primero de los informes del Club de Roma—, tuvo lugar en 1972: no en esta legislatura ni en la legislatura anterior. No podemos permitirnos seguir perdiendo el tiempo.

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Según la teoría de los seis grados de separación —nos recuerda Manolo Rodríguez Rivero—, cualquiera puede estar conectado a cualquier persona de este mundo a través de sólo seis enlaces. (Esto lo esbozó Frigyes Karinthy en 1929, y parece que fue confirmado por Stanley Milgram en los años sesenta del siglo xx.) Seis grados: lo que separa la biosfera acogedora que conocemos, donde se han desarrollado los logros humanos que apreciamos y eso que llamamos «civilización», y el infierno climático hacia el que avanzamos a toda velocidad.

 

1.- Fragmento de Entre la cantera y el jardín, La Oveja Roja, Madrid, 2010. Una versión más breve se publicó en Barcelona Metrópolis, 74, primavera de 2009.

2.- Datos del National Snow and Ice Data Center de Colorado, EE UU.

3.- Agencia EFE, «Millones de toneladas de metano salen a la superficie en el Ártico», El Mundo, 23 de septiembre de 2008.

4.- Otro de los más preocupantes sería el colapso de los ecosistemas marinos (por encima de cierto nivel de calentamiento oceánico habría extinción masiva de algas, con su capacidad de reducir el nivel de dióxido de carbono y crear nubes blancas que reflejan la luz del sol), que probablemente originaría una brusca subida de las temperaturas promedio en más de 5ºC.

5.- Martin Rees, Nuestra hora final, Crítica, Barcelona, 2004, p. 16.

6.- Véase Donella Meadows, Jorgen Randers y Dennis Meadows, Los límites del crecimiento (30 años después). Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores,Barcelona, 2006.

7.- Véase Jared Diamond, Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Debate, Barcelona, 2006.

8.- Es así de grave: un incremento de 5 ó 6ºC sobre las temperaturas promedio de la Tierra (con respecto a los comienzos de la industrialización), incremento hacia el que vamos encaminados si no «descarbonizamos» nuestras economías rápidamente y a gran escala, nos retrotraería a una biosfera inhóspita, probablemente similar a lo que los paleontólogos designan con la gráfica expresión de «infierno del Eoceno». En un mundo así, cientos de millones de seres humanos perecerían antes de finales del siglo xxi, y cabe suponer que la vida de los supervivientes no tendría mucho de envidiable.

9.- Constatar esto no implica en absoluto desvalorizar las luchas obreras que llevan a la creación de los Estados sociales y democráticos de derecho con sus políticas de welfare.

10.- Véase José Manuel Naredo, Raíces económicas del deterioro ecológico y social, Siglo XXI, Madrid, 2006.

11.- Véase Pierre Bourdieu, Contrafuegos 2: por un movimiento social europeo, Anagrama, Barcelona, 2001.

12.- Véase Jorge Riechmann, Biomímesis, Libros de la Catarata, Madrid, 2006.

13.- Editorial «Broken ice in Antarctica», The New York Times, 28 de marzo de 2008.